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Granada es un mosaico de paisajes y emociones. En apenas una hora, se puede pasar de las cumbres de Sierra Nevada a los pueblos blancos de la Alpujarra o al fértil valle de Lecrín, donde olivos y viñedos comparten protagonismo. Esta diversidad natural convierte a Granada en un enclave privilegiado para el turismo enogastronómico.

Durante cuatro intensos días de exploración con la FIJET, fuimos testigos del alma rural y auténtica de Granada. Paseamos por los pueblos del barranco de Poqueira —Capileira, Bubión y Pampaneira— donde la arquitectura popular, los telares artesanales y la vida lenta conforman un universo propio. Estos pueblos, además de su belleza, ofrecen una gastronomía honesta y deliciosa, basada en productos de cercanía.

El viaje nos llevó también a Lanjarón, famoso por sus aguas medicinales, y a una almazara local, donde aprendimos sobre la producción de AOVE granadino, otro tesoro gastronómico de la región.

Pero si hay un elemento que resume la identidad de esta Granada interior es el vino. La cata en Señorío de Nevada, entre barricas y terrazas con vistas a la sierra, fue un momento culminante: vinos tintos con personalidad, blancos minerales, elaboraciones cuidadas… todo ello fruto de un territorio que combina altura, sol y tradición.

Granada es más que la Alhambra: es vino, es aceite, es cocina serrana y es hospitalidad. Una propuesta de turismo auténtico, que apuesta por lo local y lo sostenible, ideal para quienes buscan conectar con lo esencial.

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